Quiero iniciar estas palabras a la Décima Reunión Anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana, con mi más cálido saludo a los participantes. Desde La Habana, me acompañan Oscar Espinosa Chepe y una persona para quien reservo mi admiración. Puede decirse que el encuentro de este día toma ribete de fiestas porque el mismo se desenvuelve teniendo entre nosotros a la economista independiente, Marta Beatriz Roque Cabello, apenas libre de una prisión que nunca mereció. Para ella, para su sacrificio, para la misión que Dios le encomendó y supo cumplir, al igual que Rene Gómez Manzano y Félix Antonio Bonne Carcassés, y tanto como aún la cumple el economista Vladimiro Roca Antúnez, vayan los mejores pensamientos de esta reunión.
Iniciar este ejercicio con una mención a los cuatro de “La Patria es de Todos,” no es gratuito. Podrá discreparse del contenido de “La Patria es de Todos,” pero es verdad como templo, que en el mismo aparece de manera implícita una de las palabras que a juicio de este ponente, permite comprender. Ese vocablo no es otro que el de resistencia porque el mismo nos cuenta de una política económica incapaz de conducir a Cuba por las alamedas del desarrollo sostenible, así como del proceso de emergencia de una economía y una sociedad paralela, definibles a través de concepto que propongo.
Si cuatro intelectuales cubanos fueron a las cárceles por expresar ideas no del gusto del poder y si se acepta que las cabezas pensantes están unidas al cuerpo del pueblo por hilos invisibles, al decir de un filósofo, obvio es que ellos no sólo protagonizaron un hecho resistente, sino que además, revelaron el desarrollo de una cultura de resistencia sustentada sobre una economía de igual género, que afectaría el más ortodoxo discurso marxista. Desde luego, otra conceptualización de esa resistencia pudiera ser la de informalidad, algo que entre sociólogos y economistas se define como hacer lo lícito por lo ilícito.
Un anécdota de la República Cubana de 1940 muestra cómo los avatares informales ya estaban presentes en aquella Cuba y cómo ellos creaban ciertos convenios entre las autoridades judiciales. Podría ocurrir por aquellos días que un hombre sin empleo y con hambre se presentase en aquellos restaurantes baratos, regenteados por inmigrantes chinos y, tras solicitar el menú, ordenase algún tipo de comida. La escena posterior era la misma, tras comer sin pagar el hombre abandonaba el restaurante con los pies en polvorosa, seguido del dueño y la correspondiente multitud, al viento el cubano grito ¡ataja! Si le capturaban y le llevaban a juicio, el magistrado de turno preguntaba por el menú consumido. Si se trataba de arroz y potaje de frijoles, el acusado era absuelto; si no, 30 días de cárcel.
Los jueces de aquel entonces interpretaban que no era delito aliviar el hambre, pero sí era hacerlo con un menú mejor. De este modo, lo lícito de comer por medios ilícitos, comer informal diríase, contaba con una suerte de espacio de derecho.
Vale la anécdota para comprender por qué en la Cuba del llamado período especial ha crecido tanto la informalidad económica en ribetes tanto humorísticos como dramáticos, al punto que se ha llegado a decir que ello es el motor de los pocos cambios habidos en el último decenio, en dirección de hacer de la población el verdadero sujeto de la economía. Y aunque tales aseveraciones encierran cierto reduccionismo es un hecho que esa informalidad ha jugado y está jugando un rol de presión hacia el poder, insuficientemente estudiado dentro de los procesos económicos isleños a juzgar por la secuencia de los acontecimientos, y su reflejo legislativo, así como por las resistencias gubernamentales al despliegue de una economía más cercana al mercado.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Investigaciones Económicas a la altura de 1995 la economía informal abarcaba al 50% de la circulación en mercancías, algo ilustrativo de la extensión y profundidad alcanzada por el proceso. Sin embargo, en las condiciones cubanas el concepto de informalidad aparece como insuficientemente descriptivo. Una cosas es que en una economía de mercado, de menor o mayor desarrollo, un sector de la producción produzca y comercie de ese modo y algo muy distinto es que en estados como Cuba, donde las imposiciones restrictivas van contra la naturaleza humana, todo un pueblo se ve involucrado en transacciones informales. Por ello, formula hipótesis de que no se está ante una economía informal, sino ante una de resistencia, signada por una tradición ascentral de lucha contra los monopolios.
Si en el siglo XVIII existió estanco del tabaco y rebelión de los vegueros, hoy el gobierno de Fidel Castro monopoliza esa industria, pero en las calles de La Habana una rebelión de los vegueros produce y merca. ¿Cómo llamarla? Informalidad o resistencia.
Un poco de memoria histórica aceptará la existencia de esos procesos a lo largo de los primeros 30 años de gobierno de Fidel Castro, aun cuando las subvenciones soviéticas dieran a los mismos un carácter marginal, no comparable con lo ocurrido a partir de 1990, en que acontecimientos como el IV Congreso del Partido Comunista de Cuba evidenció una voluntad popular a favor de reformas promotoras del mercado.
No ocurrió casualmente que al convocarse a la discusión abierta del llamamiento a ese Congreso más de un millón de personas propusieran la reapertura de los mercados libres campesinos, hoy mercados agropecuarios, cerrados a tenor del llamado proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, cuyo resultado visible en las estadísticas oficiales de los ochenta, fue dar el tiro de gracia a un modelo económico estadista, ya agotado por lo menos desde cinco años atrás.
Más de una vez me he preguntado si los analistas de la situación cubana hemos sabido valorar la significación de aquel Congreso como punto de inflexión en la percepción y actitud del cubano de a pie, hacia los sucesos económicos. En tanto que oportunidad perdida para sortear o palear la crisis sin precedente que lo sucedió debido a una actitud y inmovilista gubernamental, virtualmente respondida por el pueblo de cuatro maneras: la oposición, la balsa, la inercia y una economía de resistencia que reivindicó el derecho de comer, así de simple, pero que a la vez, fue germen de lo que hoy podría llamarse el empresario informal cubano.
A través de un mirador como periodista independiente, he criticado una suerte de línea editorial de los medios de prensa al exterior de Cuba, según la cual, parece como si el gobierno de Fidel Castro hubiera adoptado algunas decisiones tímidamente aperturistas, implementadas en el último quinquenio como resultado de una voluntad política o de coyunturas económicas externas. Nada más falso. La secuencia de los acontecimientos y el movimiento legislativo demuestran que, salvo el caso de la inversión extranjera, una resistencia popular al monopolio del Estado ha sido la fuerza motriz de esos cambios, por mínimos que sean. Si ese poder guerrillero y desordenado se canalizó por vías informales, a falta de caminos institucionales, se sabe por qué, o no ha rendido suficientes y mejores frutos por falta de dinero a la mano, ambos son motivos para que los estudiosos nos preguntemos el por qué, con la actitud desprejuiciada y distintiva de los estudios.
LOS HECHOS A LA VISTA
El IV Congreso afectó a la inversión extranjera como voluntad política y no despenalizó al dólar, lógico corolario, y el pueblo traficó en esa moneda hasta imponer su legalidad. Guardó silencio acerca del restablecimiento de los mercados libres campesinos y el vulgo contrabandeó viandas hasta llegar a una frase célebre: o saco a los tanques o saco al mercado.
Se limitó aquel IV Congreso a declaraciones generales sobre el autoempleo y media nación se dedicó a los pequeños negocios clandestinos hasta que el decreto sobre el particular puso más o menos orden a regañadientes. Semejante batallas se libraron gracias al apoyo externo de las remesas familiares, hoy principal fuente de ingresos netos a la economía cubana, calculada del modo más conservador en unos 900 millones de dólares, a la altura del año pasado.
Pero no puede olvidarse que la Comisión Económica para América Latina estimó que antes de la despenalización del dólar la población cubana ya atesoraba la bicoca de 200 millones de dólares, todo un acto de la verdad profunda y testimonio paradojal de la condición también resistente de los envíos de divisas, razón por la cual vale apuntar que parece que las economías de resistencia al estilo cubano, son más globalizadas de lo que se imagina. Nunca, a mi entender, han estado más alejados los gobiernos cubano y norteamericano de los sentires profundos del pueblo cubano, uno por prohibir un despliegue económico, otro por restringir los recursos que permiten a las fuerzas económicas al interior de Cuba el forzar, desde abajo y desde adentro, ese despliegue económico.
Si se trata de ser franco, la familia cubana ha demostrado ser mejor economista que todos nosotros juntos. Primero, al salvar su lado isleño; segundo, al dotarle de al menos el sueño para mejor emplear sus calificaciones técnicas y profesionales por vía de una posible capitalización de las remesas que de hecho se está produciendo, y se ha producido.
Una investigación de 1995 realizada por el entonces periodista independiente, José Manuel Canfiano, arrojó que en La Habana Vieja existían 116 restaurantes de los llamados paladares, muchos de ellos ilegales pero más de las dos terceras partes creados con recursos provenientes del exterior, según confesaron sus dueños. Un decenio de manifestación de esa economía resistente invita a reflexionar. Si en un primer quinquenio obligó al gobierno de Fidel Castro a mal aceptar las realidades del mercado y dio a todo un pueblo la posibilidad de reconocerse a sí mismo como botado de una iniciativa empresarial casi genética, un segundo quinquenio evidenció que pese a los intentos gubernamentales de yugular la economía de resistencia del pueblo de Cuba se hizo irreversible aun cuando sufra las heridas de una disminución en el número de autoempleados bajo registro, para citar un ejemplo, quienes más bien parecen haberse incorporado a los autoempleados ilegales que a la condición de trabajadores estatales o paraestatales.
De acuerdo con cifras oficiales, los ocupados en la economía disminuyeron entre 1995 y 1998 en unos 370.400 y ese número podría haberse incrementado a la fecha, habida cuenta de las tendencias demográficas. Al mismo tiempo, una sospechosa relación se observa entre el incremento de las remesas y la caída del número de ocupados al tiempo que la negativa gubernamental a otorgar más permisos de autoempleo es respondida con un número creciente de personas que se desempeñan en oficios diversos, pese a serle denegada la licencia. El caso de los taxistas clandestinos es paradigmático, pero no único, y de todo ello, sólo estamos viendo la cima del iceberg. Evado intencionalmente el tema de corrupción, ubicada en una invisible frontera entre lo formal y lo informal o resistente. Pero el dato del creciente abordamiento de este fenómeno por parte de la prensa oficiosa isleña, dice por sí mismo que ni el propio gobierno cubano está en capacidad de responder hasta dónde se trata de corrupción al estilo tradicional latinoamericano, o si no se sabe que hacer ante las manifestaciones de esa economía de resistencia.
Guste a quien guste, pese a quien pese, una emergente sociedad civil actúa e interactúa en las difíciles condiciones cubanas. Los proclamados resultados económicos gubernamentales, como se sabe, se basan sobre estadísticas lo suficientemente contradictorias como para dudar de ellos.
Algunos de mis artículos recientes prueban que con sólo ordenar las cifras, la interrogante de credibilidad surge cuando esos datos se comparan, además, con la observación a lo largo y ancho de las calles. La pregunta inevitable es ¿de qué vive la gente? Aún no sabemos si con embargo se mueven, pero es indudable que con embargo están viviendo, al punto de para algunos ser admisible la hipótesis de que las estadísticas gubernamentales están perdiendo la oportunidad de sumar los resultados de la economía de resistencia: ubicua, guerrillera y fantasmal.
Desde luego, es un proceso de ganadores y perdedores, donde ya se observan matices del capitalismo salvaje, como son la existencia de miles de trabajadores sin seguro social o carentes de oportunidades de asociación libre y justa.
Creo, llegado el momento, de prestar la mayor atención a esos procesos y de buscar fórmulas para prestar apoyo a los mismos, antes de que por una u otra razón deriven hacia manifestaciones de lo peor económico. De una economía informal o resistente, pueden surgir más temprano que tarde, desde un próspero sistema de pequeñas y medianas empresas hasta una corporación del crimen organizado. La economía de resistencia cubana es un vehículo de transición. Pero, ¿hacia cuál transición?
Dejo para otra ocasión discutir si las sanciones económicas unilaterales de Estados Unidos a Cuba, apoyan o no a esa economía emergente del pueblo cubano. Mas quiero invitar a pensar si ellas contribuyen a dotar a esa economía de los instrumentos para continuar llevando adelante, en las nuevas condiciones, la labor de presión objetiva que sí pudo realizar durante el primer quinquenio de la era del picadillo de soya en la Cuba de Fidel Castro.
Una pregunta pudiera bastar para comenzar a hallar muchas respuestas. ¿Es contra Fidel Castro, o es por el pueblo cubano? Desde La Habana, muchas gracias.
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