En un régimen estadocentrista como el cubano las remesas familiares recibidas desde del exterior en la Isla representan un hecho positivo para la economía nacional, pero a su vez, fomentan incómodas opciones para el Gobierno cubano en el ámbito local, por sus efectos sociales y políticos. Las remesas contribuyen a estabilizar la macroeconomía cubana. Pero conllevan, al mismo tiempo, poner a la disposición de individuos y hogares montos significativos de dinero, no generados por la economía estatal, que en sus posteriores usos los ciudadanos, y no el Estado, tienen bajo su mando y control.
Este trabajo complementa “El remitente cubano: Algunas características particulares,” valioso aporte de campo del investigador Joaquín Pérez Rodríguez, incluido también en este volumen. Consciente de esa vinculación, se limita a comentar los montos de remesas que llegan a Cuba, con notas críticas a los mismos; compara dichos montos con los recibidos por países latinoamericanos que guardan cierta similitud con Cuba y destaca la significación que tienen las remesas en el contexto de la economía cubana, bastante parecida a otros países al nivel macro, pero con marcadas diferencias al nivel micro, sobre todo en el ámbito local, familiar e individual. Al final de trabajo se explica porqué Cuba, a pesar de tener una comunidad de remitentes más prospera, se mantiene baja en montos enviados, comparada con otros países latinoamericanos, hecho que pone de manifiesto las políticas regresivas, de contención y antidesarrollistas del actual régimen cubano.
MONTOS
Cuba recibió en 1999 unos 800 millones de dólares anuales por remesas que envían los cubanos que viven en el extranjero a sus parientes y amigos de la Isla. Su mayor parte proviene de Estados Unidos, donde viven 1.2 millones de emigrados de origen cubano.1 Al monto anterior habría que sumarle 300 millones de dólares que la Isla también recibe de Estados Unidos de ayuda humanitaria en especie: ropa, comida, medicinas, etc. En total son unos 1,100 millones de dólares anuales de ayuda—en efectivo y en especie—que se redujo en el 2001 por los sucesos del 11 de septiembre, y volvió a recuperarse a partir del 2002.
La cifra de 800 millones no es del todo aceptable entre los estudiosos de la situación cubana. Ernesto Betancourt la considera “matemáticamente imposible y políticamente inviable” y lo explica. La cantidad sale de una cínica manipulación hecha para encubrir una verdad incómoda: Castro esta recurriendo al tráfico de drogas y al lavado de dinero para financiar la brecha que tiene (desde 1990) en la balanza de pagos (Betancourt, 2000). Sergio Díaz-Briquets, sin llegar a las conclusiones de Betancourt, estima un máximo de 400 millones de dólares anuales (Betancourt, 2000). Manuel David Orrio, espía confeso e informante al régimen sobre periodistas y economistas independientes calcula, “de modo más conservador,” unos 900 millones de dólares en remesas familiares (Orrio, 2000). Mesa-Lago (2001) es el más coincidente con la cifra de los 800 millones. Declara que las transferencias netas en el sector externo, en su mayoría remesas a la Isla de cubanos en el extranjero, creció de cero en 1989 a 799 millones de pesos en 1999 y 842 millones en 2000. Las cifras de Mesa-Lago también coinciden con las dadas sobre el mismo tema por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Los voceros del régimen cubano en sus escritos nos recuerdan que los montos citados sobre remesas familiares deben ser tomados “como estimados conservadores.” Esto nos pone en duda con respecto a cualquier cifra “a la alza” que se sugiera, y también deja la puerta abierta para justificar en el futuro cualquier monto superior que aparezca en el debate.
COMPARACIÓN
El factor remesas no es exclusivo al caso cubano en esta era globalizada de comercio, finanzas, migración, tecnología, cultura y de derechos humanos occidentales. El envío de remesas a sus respectivos países de origen por nacionales emigrados a países desarrollados se ha convertido en uno de los principales renglones de las economías latinoamericanas. Un fenómeno de grandes magnitudes a nivel mundial. Según la revista británica The Economist, el dinero enviado a sus países por emigrantes latinoamericanos es uno de los lados positivos que ha tenido el persistente desangre de ciudadanos productivos de esta parte del mundo.
Un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revela que América Latina recibirá en el 2003 cerca de 40 mil millones de dólares en remesas familiares desde Estados Unidos, 8,000 millones más que los recibidos en 2002. Ello representa un aumento del 25% con respecto al 2002, y un 50% por encima de la inversión extranjera directa prevista para ese año. Mundialmente, esta cantidad equivale al 23 % del total de remesas que reciben al año los países en desarrollo desde naciones del primer mundo. 2
El monto de remesas que llega a Cuba por año desde Estados Unidos no es de los mayores en comparación a otras naciones latinoamericanas. Más bien es bajo, contrario a lo esperado de una emigración como la cubana, de casi cuatro décadas, con fuertes flujos en la década de los 90, e integrada por personas y hogares que generan el mayor ingreso promedio entre las comunidades de emigrantes latinoamericanos en Estados Unidos. Sin embargo, esta afluencia de ingresos en la comunidad cubana no se traduce en el envío de remesas. Mientras que el emigrante latinoamericano en EEUU manda mensualmente entre 200 y 300 dólares a sus familiares, para Cuba esa cantidad fluctúa entre $50 y $100 por envío, y no por mes, sino cada dos o tres meses.
El uso de canales informales, de “mochileras” o “mulas,” con entrega de remesas de mano a mano, en adición a turistas o visitantes nacionales o extranjeros, es predominante en el caso cubano.3 Es la opción más barata, segura y personalizada del mercado. Esta práctica también esta muy difundida en otros emigrados latinoamericanos, especialmente los que tienen una gran proporción de “indocumentados,” “ilegales” o “sin papeles” en su corriente migratoria, como es el caso de los hondureños en Estados Unidos. Pero no debería ser así entre los cubanos porque son inmigrantes, en su gran mayoría, debidamente documentados en Estados Unidos, a causa principalmente, de las generosas leyes migratorias estadounidenses que desde 1960 se aplican a sus casos.
Los cubanos prefieren los canales informales para enviar remesas no para permanecer en el anonimato o evadir “la vigilancia de la Migra y otras autoridades norteamericanas,” como es el caso entre los latinoamericanos indocumentados, sino por razones políticas con referencia a las autoridades cubanas. La informalidad en las transferencias de remesas existe para que el Gobierno cubano “no sepa” quién recibe la remesa en Cuba, hecho con potenciales de represalias políticas, económicas y sociales al receptor de la remesa por parte del Gobierno cubano— principalmente por acciones de los aparatos de seguridad, de las instancias locales del Partido (Comunista) y de los órganos “ciudadanos” de vigilancia vecinal (Brigadas de Respuesta Rápida, de Repudio y de los Comités de Defensa de la Revolución).
Hay diferencias significativas entre Cuba y otros países similares en los montos anuales enviados. Por ejemplo, El Salvador, con ingresos medios menores que los cubanos, con una diáspora casi igual en número a la cubana y con una población nacional que es la mitad de la censada en la Isla, en el 2002 recibió 2,206 millones de dólares por concepto de remesas. También una cantidad mayor que la cubana recibieron los ecuatorianos en el 2002—1,575 millones de dólares—aún cuando su población nacional y diáspora son casi igual a la cubana, cuentan con una economía nacional mucho más productiva que la cubana y sus emigrados generan ingresos en el exterior menores al de los cubanos en Estados Unidos.
Pero aún fuera de Cuba, los cubanos remitentes de remesas están sometidos a las reglas del gobierno cubano a las transferencias realizadas. Mientras que los costos de enviar dinero desde Estados Unidos a países latinoamericanos promedian entre el 6% y 8% porciento del monto enviado, para Cuba ese promedio se dispara al 17%, el porcentaje más alto cobrado en América Latina.4 Ello sucede, en parte, por “la tajada” que va a parar al Gobierno en la operación realizada, expresada en gravámenes a las casas remesadoras y de envíos de paquetes, y también por los intermediarios que tiene colocados el Gobierno en la cadena del negocio, generalmente “empresarios nacionales.” A esto, habría que sumarle los costos de gestión en los que tienen que incurrir los receptores de remesas en Cuba para llegar a tener en sus manos los fondos remitidos por canales formales, monto no estimado en Cuba pero que en países latinoamericanos fluctúa entre diez y veinte dólares adicionales. Entre los costos de gestión están las llamadas telefónicas internacionales y nacionales, correos electrónicos, viajes locales, gastos de estadías, de espera, de trámites, etc. Entre los mismos sobresalen las tarifas telefónicas internacionales, las más altas en los mercados americano y europeo. Y las razones son conocidas. En el costo de las comunicaciones globales con Cuba no sólo interviene el monopolio estatal cubano, sino también los altos impuestos cargados al usuario por la llamada o conexión, y los numerosos intermediarios, que por razones de vigilancia y monitoreo del Gobierno cubano, participan en la conectividad disponible.
Pero el 17% del total de la transferencia enviada no es la opción más cara del mercado para recibir remesas en Cuba. Por encima de ella operan, al 19%, “los bancos de dólares,” operaciones informales “del mercado negro,” accesibles localmente en muchos vecindarios cubanos. Esta operación supone un “banquero” en Cuba, que localiza y entrega la remesa al destinatario, y un agente colector en Estados Unidos, que capta los envíos hechos por los remitentes y les cobra los gastos por transacción. El colector de Estados Unidos y el banquero de Cuba se comunican por teléfono, o por Internet, usando “clandestinamente” servidores estatales porque en Cuba no están autorizados servidores privados.5 De hecho, los fondos transferidos a Cuba no suponen de inmediato envío alguno de dinero en efectivo a la Isla. Son realmente “dinero telefónico o electrónico,” bits de transacciones. Habitualmente el dinero remitido queda depositado en cuentas bancarias del país donde se origina la operación, en este caso Estados Unidos. Los dólares que necesita el banquero local para operar en Cuba tampoco hay que remesarlos previamente. Generalmente es un capital semilla que proviene de ganancias inversiones en dólares que “alguien” hizo en Cuba, ingresos netos de compra-ventas efectuadas en el mercado dolarizado de la Isla, muchas “ilegales” o de mercado negro, de acuerdo a las leyes cubanas vigentes. 6
Detrás de estos negocios de transferencia, cambio e informática—altamente lucrativos—se encuentran conocidos miembros de la nomenklatura cubana, en capacidad de empresarios, protegidos por los aparatos cubanos de seguridad y justicia, y con ramificaciones mercantiles o de parientes en otras empresas donde figuran altos dirigentes del Gobierno y el Partido. Cualquier operación lucrativa y sostenida de mercado dolarizado, tiende a desembocar en el Grupo de Administración Empresarial/ GAESA, un auténtico imperio económico en Cuba de empresas anónimas montadas sobre las empresas y organismos estatales, y estratégicamente ubicado en los sectores más productivos de divisas. Factura casi mil millones de dólares al año. Su junta directiva esta encabezada por el General de División Julio Casas Regueiro, primer sustituto de Raúl Castro y su hombre de confianza.
Teóricamente, GAESA pertenece a las Fuerzas Armadas con el fin de recaudar divisas. Pero nada tiene que ver con lo que se podría llamar el holding estatal. Esta controlada directamente por su director general con poder ejecutivo, Luis Alberto Rodríguez López Calleja, casado con Déborah Castro Espín, la hija mayor de Raúl (Fernández, et. al. 2001).
SIGNIFICACIÓN
Las remesas recibidas en Cuba son propinas para la economía nacional. Es el mayor contribuyente de recursos externos en la segunda mitad de la década de los 90 (Pérez-López, 2000). Supera los ingresos que en forma combinada reciben las industrias turística y azucarera, los que a su vez representan más de las dos terceras partes de todos los ingresos percibidos por el gobierno cubano. Suponen entradas a Cuba de capital fresco, generado por el sector externo de la economía, sin que ningún cubano de la Isla tenga que producirlo. Equivalen a montos de divisas, mayormente expresados en dólares norteamericanos. Alivian el flujo de caja del Banco Central. Aumentan los fondos para pagar importaciones, comprar “al cash” y “derrotar al embargo” en el mercado internacional. Expanden las ofertas del mercado interno, en los “shopping de dólar” y “los shopping de trapos.” 7
El economista Pedro Monreal, del Centro de Investigaciones de la Economía Internacional (CIEI) en la Universidad de La Habana, reconoce que “el bienestar económico de los cubanos dependería así en grado considerable de las rentas familiares remitidas del exterior, las cuales permitirían mantener niveles de consumo superiores a los que cabría esperar del funcionamiento exclusivo de la “economía interna.” En la práctica, las remesas han actuado desde la primera mitad de la década del noventa como uno de los componentes de la “nueva economía” del país”8 (Monreal, Futuro de Cuba). Y al replantearse el problema del desarrollo del país agrega: “hipotéticamente, los mercados internos (de Cuba) en divisas pudieran actuar como ‘trampolín’ para la generación de exportaciones, pero esa posibilidad apenas se ha materializado en la experiencia reciente de la industria cubana” (Monreal, 2003).
La experiencia cubana con las remesas ayuda a repensar el transnacionalismo, como nos sugiere Duany (2001). Los vínculos transnacionales entre Cuba y EEUU se han mantenido e incluso fortalecido a lo largo de cuatro décadas, pese a la continua hostilidad entre ambos países. Cuba ha desarrollado una vertiente particular de transnacionalismo, caracterizada por sus limitados intercambios políticos, económicos y culturales con EEUU. Como refugiados políticos que no pueden regresar permanentemente a Cuba, los cubanos han desarrollado unos lazos con su país muy diferentes de los dominicanos o los puertorriqueños. Económicamente, la migración transnacional ha acelerado la reinserción de Cuba en la órbita del dólar estadounidense, sobre todo durante la década de los 90. La economía cubana difícilmente podría sobrevivir sin el influjo masivo de fondos externos enviados por los migrantes.
Por su doble papel de estabilizadoras y reactivadoras, desde 1988 se abre el espacio para que las remesas ganen relevancia en la economía cubana. En ese año Cuba pierde el aseguramiento—financiero, tecnológico y de mercado—del campo socialista (Monreal, 2003) debido a su desaparición. En 1993 se despenaliza finalmente la tenencia y uso del dólar en la Isla. Las remesas adquieren aún más importancia después del 11 de Septiembre, 2001, debido a la caída de las exportaciones cubanas y la baja del turismo extranjero en la Isla.
Del lado negativo, las remesas suponen una dependencia externa del régimen cubano. Implican recibir “dinero del enemigo,” de los “gusanos” que viven en “en el imperio,” como “exilados” o “emigrados políticos.” Son muy pocos los cubanos que se llamarían o aceptarían ser llamados “emigrados económicos,” una vez fuera de la Isla.
Las remesas que envía la diáspora cubana a la Isla contradicen además las expectativas políticas que sobre el exilio cubano, mantienen algunos analistas. Su argumento es: la mayoría (61%) de los exilados cubanos radicados en Estados Unidos favorece el embargo económico a la Isla, y en consecuencia, no deberían enviar remesas, ni realizar visitas a Cuba (Orozco, 2002).9 Pero el corolario no se cumple entre los emigrados cubanos. De acuerdo a un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo/BID en Noviembre, 2001, el 67% de los cubanos americanos que viven en Estados Unidos mandan remesas a Cuba (Orozco, 2003).10 La proporción de viajeros a la Isla es mucho menor con respecto al total de los 1.2 millones de cubanos-americanos que vive en Estados Unidos, pero aún significativa en relación al total de viajeros norteamericanos que legalmente llegan a Cuba. En el año 2000, de los 156,000 norteamericanos que viajaron legalmente a la Isla, más de un 70% era de origen cubano. En 2001, el total de viajeros aumentó, con una proporción menor de cubanos entre ellos, aunque todavía siendo la mayoría en el total. De los 200,000 viajeros legales norteamericanos a la Isla, 120,000 eran cubanos, 60% del total (Robyn, 2002). Las remesas y visitas a la Isla de los cubano-americanos ubicados en Estados Unidos más bien demuestran dos planos—uno privado y otro público—en cuanto a lo que creen y hacen los cubanos emigrados dentro de la relación Cuba-Estados Unidos, y si se tomaran como interdependientes ambos planos, la mayor inconsistencia—de actitud y conducta—estaría evidenciada en las remesas.
Las remesas tienen un efecto local muy visible en Cuba. Se estima que por lo menos el 25% de los 12 millones de cubanos de la Isla reciben directamente remesas del exterior, y otro 25% se beneficia indirectamente de ellas. Casi todo el uso de la remesa esta destinado al consumo en el caso cubano— comida, vestido, zapatos, medicinas y adquisición de bienes duraderos para el hogar. Pero al aumentar poder adquisitivo y gastos de consumo en sus receptores, las remesas agregan diferencias socio-económicas a las ya existentes entre la población en Cuba, todavía oficialmente definida como una “sociedad sin clases” de acuerdo al relato del régimen. Por tal motivo, las remesas de hecho erosionan la prédica igualitaria del Gobierno, en medio de una carestía de bienes básicos de consumo y de un bajo poder adquisitivo, penurias que por más de cuatro décadas vienen caracterizando la vida diaria del cubano medio.
Desde mediados de los 90, en la población de la Isla se distinguen los que reciben remesas versus los que no reciben remesas. Los que las reciben han superado bastante la supervivencia diaria, con estilos de vida que es mejor no hacerlos “públicos” para evitar “pases de cuenta,” celos y envidias, con frecuencia promovidos en la ideología clasista vigente. Pero existen agravantes reales. Los que no reciben remesas generalmente no tienen parientes en el extranjero y tienden a ser “simpatizantes del régimen,” los “siempre fieles” y “defensores” del sistema, etc. Y dentro de tales estratos hay un alto porcentaje de población negra cubana, sin duda subrepresentada en la nación cubana emigrada. Dentro de estas complicaciones, se llega al extremo, que si un amigo o familiar manda desde el exterior “un envío” a un “Patria o muerte” en Cuba, el destinatario, en precaución a represalias, prefiere recibirlo a través de terceros para no “marcarse” públicamente ante sus “compañeros revolucionarios.” En este aspecto, en Cuba, a diferencia de otros países latinoamericanos, recibir una remesa del exterior adscribe una “definición” política en el receptor. La marca política se aplica, siguiendo una escala de mayor a menor así: simpatizantes, opositores, disidentes, críticos y neutrales. En casos de sanciones, a veces sale más caro en el receptor la represalia recibida que el beneficio material logrado por recibir el envío. Este costo adicional—en esencia político—habría que sumarlo en Cuba a los de transferencia, cambio y gestión en que generalmente incurre un receptor cualquiera de remesas en un país del Tercer Mundo que no sea Cuba.
EXPLICACIÓN
Hay varios factores que explican el bajo monto y frecuencia de envío de remesas en Cuba, entre ellos, las vigentes políticas cubanas sobre herencia, traspaso y venta de activos personales, así como el “estira y encoje” que el régimen viene aplicando a los cuentapropistas o autoempleados desde hace varias décadas. Todo ello inhibe la inversión y finalmente, los montos de remesas a enviarse a Cuba. En países de economía no estatal—como son el resto de los latinoamericanos—los receptores de remesas destinan a inversiones proporciones pequeñas, pero aún significativas en monto, entre el 10% y el 20% de lo recibido, que a nivel macro, agregadamente sumaría entre 80 y 160 millones de dólares adicionalmente invertido en la economía cubana. Las inversiones preferidas en los otros países de la región latinoamericana, son para el mejoramiento y construcción de vivienda, compra de ganado, tierras, bienes raíces y de otros activos “de engorde,” aumento del patrimonio personal o familiar a través de cuentas de ahorro, y compra de bonos, de acciones bursátiles, etc; reducción de riesgos por compra de seguros de educación, salud y planes privados de retiro; y sobre todo inversiones en actividades productivas, de pequeños y medianos negocios—bodegas, peluquerías, talleres, comedores, hospedajes, sitios turísticos, etc.—muchas de estas inversiones tienen una base familiar o doméstica. 11
Casi nada de lo anterior se puede hacer en Cuba, debido a las políticas vigentes. Los dueños de paladares que han invertido en sus negocios las remesas recibidas del exterior ejemplifican mejor que nadie la acción represiva del régimen cubano frente a esas opciones, que tilda de “capitalistas.” Ello no impide, sin embargo, que el mismo régimen promueva la inversión privada en Cuba, siempre que sea extranjera. La política de acoso y contención mantenida por el Gobierno cubano es sólo contra los nacionales –empresarios potenciales y actuales—pues a los extranjeros los busca, les ofrece asistencia, incentivos fiscales y de otra índole para que inviertan o no se vayan de la Isla. Ello evidencia una peculiaridad muy contraria a los tiempos en que vivimos: Cuba es el único país del mundo con una política a favor del empresario extranjero, y de casi total rechazo al empresario nacional. Ni en China o Vietnam, ambos con regímenes centralizados, dan ese trato a sus nacionales.
Además, Cuba es una economía deprimida, dolarizada en parte, pero donde no se necesitan muchos dólares para sobrevivir. Por ejemplo, una familia de 4 miembros, dos adultos y dos menores, pueden acostarse diariamente sin hambre, si disponen de 50 dólares mensuales para su alimentación. Esa cantidad no será mucha de acuerdo a estándares del exterior, o del país que origina la remesa, pero en la Isla dicho monto triplica el salario mínimo mensual de Cuba, la pensión que recibe un jubilado—en pesos cubanos unos 12 a 15 dólares al mes—e incluso sobrepasa el sueldo oficial de un médico de familia, que equivale en pesos cubanos a 30 dólares mensuales.
El mantenimiento de una economía oficial baja en crecimiento, estancada o en receso por largos períodos, con salarios deprimidos a sus trabajadores y de contención a la pequeña y mediana empresa, es una decisión hecha por el Gobierno castrista desde casi su inicio en 1959. Demuestra una sistemática oposición a la clase media cubana—a la heredada del antiguo régimen y a la emergente que por años balbucea dentro del fidelismo. Por fijaciones ideológicas, su fomento equivaldría a tolerar formas propias de vida, distintas o ajenas al oficialismo en lo cotidiano, y en definitiva, a no depender materialmente del Estado.
Si bien las remesas, por ser divisas que entran de gratis al país, refuerzan macro-económicamente el sistema, son otros sus efectos a nivel micro. Permiten crear y expandir espacios individuales, familiares y locales, de acción económica, que por sus efectos facilitan respiros, atajos, alternativas y contrapropuestas al mando y control gubernamentales. Pero no nos hagamos ilusiones. La recepción de remesas en Cuba conlleva un riesgo político. Por eso, a pesar de las fisuras y socavones que posibilitan, ningún “independiente” en Cuba, puede operar liberado, con autonomía económica, mientras persistan las políticas vigentes del actual Estado cubano.
BIBLIOGRAFÍA
FOOTNOTES
1. Este número podría elevarse a 2.5 millones si sumáramos también los hijos y nietos de los emigrados, es decir, los actuales ciudadanos norteamericanos, nacidos o naturalizados en Estados Unidos, de padres o abuelos originarios de Cuba. Ambas cifras se vuelven estratégicas al definir la actual nación cubana.
2. El Diario de Hoy, San Salvador, El Salvador, 28 de Octubre, 2003, Edición Virtual.
3. Orozco (2003) explica los canales utilizados. Las “mulas” representan el 46% del total, seguidos por la empresa remesadora Western Union (30%) y las cooperativas de crédito (11%).
4. Los dos países donde cuesta menos el envío son Ecuador y El Salvador, sólo el 4% del total remitido. Ambos tienen economías totalmente dolarizadas. Los países que siguen a Cuba con costos mayores son Venezuela (el 14% del total enviado) y Nicaragua y Haití (cada uno con el 10% del total enviado).
5. En Cuba el acceso a Internet se define “en función de los intereses del país,” con lo cual sólo resulta (legalmente) accesible a los dirigentes del Gobierno y a los extranjeros. Los proveedores de acceso son estatales y la compra del módem o del ordenador deben ser “autorizadas,” con lo cual los ciudadanos sólo pueden acceder a los servicios del Internet desde algún lugar controlado o un cibercafé, con precios abusivos. Los internautas tienen páginas bloqueadas y son vigilados por policías especializados en controlar también mensajes de los teléfonos móviles. (Tagliavini, 2003).
6. Aunque las mayores pérdidas económicas se centran en el sector que opera con divisas, no hay empresa estatal que esté exenta de robos, desvíos y faltantes de sus bienes económicos. En un millón de pesos se calculan las pérdidas diarias en el sector estatal por concepto de malversación, desvío de recursos y faltantes económicos, declaró un inspector popular en el municipio Cerro. La millonaria cifra se dio a conocer en una de las reuniones de instrucción a los funcionarios que participarían en los controles gubernamentales dirigidos contra las empresas del estado en la capital. Un por ciento elevado de las pérdidas económicas son muy difíciles de detectar porque se legitimizan por los directores, administradores y almaceneros de las entidades “de la Gubernamental,” por medio de transferencias; vales de entradas, salidas o devoluciones y otros (Cubanet, 2003).
7. Antes conocidas por “diplotiendas.” Muchas de ellas funcionan en los establecimientos “heredados” del antiguo régimen (Almacenes Ultra, Precios Fijos, La casa de los Tres Kilos, etc.). Prácticamente hay un complejo comercial de “área dólar” en cada ciudad de Cuba. Los “shopping de trapos” también responden a una etiqueta popular. Venden ropa usada y se abastecen de las “donaciones que recibe Cuba” del exterior.
8. Los otros dos componentes, según Monreal, son la utilización intensiva de recursos naturales y el ingreso limitado de capitales de préstamos e inversión.
9. Locay (2002) no ve ninguna contrariedad al respecto. Y como argumento usa la siguiente analogía: “Si manejo un automóvil que contamina el aire no puedo favorecer estándares más rígidos que aumenten la calidad atmosférica.” De igual forma considera que quienes mandan remesas a sus familiares en Cuba sencillamente no relacionan sus envíos con la supervivencia del régimen. El caso más bien ejemplifica “la tragedia de lo común,” donde una acción individual maximizada no necesariamente resulta en el óptimo grupal.
10. La monografía de Orozco (2002) sobre Cuba contiene un excelente análisis sobre los modos y mecanismos que usan los cubanos ubicados en Estados Unidos para mandar remesas a Cuba, los agentes de transferencia y cambio que habitualmente utilizan, y las oportunidades presentes en dicho mercado. Aunque Orozco fue invitado por ASCE a participar en el Panel de Remesas de este año 2003, no pudo asistir por cumplir con otros compromisos de viajes hechos con anterioridad.
11. Recientemente, Alfonso López Michelsen, ex-Presidente de Colombia comentaba una idea interesante en un diario de su país. La alternativa consiste en atraer los capitales de los emigrantes, no sólo con el aliciente de la rebaja del impuesto (sobre remesas recibidas), sino con alguna otra forma de prima, que los mueva a adquirir bonos colombianos en el extranjero y vendérselos al Banco de la República, en pesos. Otra idea, de procedencia mexicana y salvadoreña, y antes ensayada en la reconstrucción de Alemania, es utilizar las remesas colectivas para realizar obras de infraestructura social o pública, e incluso viviendas, en las comunidades originarias de los emigrados. Bajo tales esquemas, los fondos recolectados o aportados por los emigrados del exterior palanqueen fondos públicos nacionales, en una formula de tres por uno, que ejecutan contratistas privados que públicamente licitan y todo ello sujeto a auditorias ciudadanas. Así los gobiernos centrales y municipalidades, y localidades de esos países han podido construir y mejorar calles, puentes, escuelas, centros de salud, iglesias, casas culturales, campos deportivos, parques, áreas ecológicas, sitios históricos y hasta turísticos. El afán paternalista y totalizador del Estado cubano, bajo una falsa autosuficiencia, imposibilita realizar arreglos transnacionales de este tipo, a pesar de que la sociedad civil cubana del exterior, en distintas ciudades de Estados Unidos y de otros países donde se ha asentado, ha dado suficientes muestras de interés por emprender obras comunitarias y sociales en beneficio del pueblo cubano.
Leave a Reply